domingo, 12 de septiembre de 2010

DE LA CAVA DEL PATRÓN. Cerrear.


Armados con sus motos, Lucas y Pompillo acordaron que el sábado sería el día ideal para salir a campo traviesa, a entrar a los senderos y probar la resistencia de motos y pilotos. Suspensiones y llantas estaban diseñadas para ese propósito, pero averiguar si los intrépidos muchachos soportarían la jornada, era el objetivo.

Cargaron los tanques con combustible y las mochilas en la espalda con agua y comida. Se colocaron los cascos y partieron temprano el día señalado rumbo a los cerros que rodeaban el lugar en que vivían. Lucas le retiró el silenciador del mofle, pues a consejo de Pompillo, era preferible hacerlo pues así podrían escuchar su sonido sin alterar y los gases de la combustión no se atorarían proporcionando potencia adicional.

Al entrar en el sendero, la vegetación era rala más un páramo que un sitio arbolado pero conforme se fueron adentrando e iniciarion los caminos sinuosos, con subidas, bajadas, rocas y muchas difcultades, aparecieron los primeros indicios de bosques. Muy pronto se cerró la vegetación, bajó la luminosidad y la calma de las arboledas se rompía con los aceleradores de los caballos de acero.

Lucas y Pompillo volaban, en sentido figurado y en el literal. En ocasiones, las cuestas detenian su carrera pero al otro lado, la bajada agregaba ímpetu; pronto encontraron rampas naturales que enviaban a los acelerados al aire, cayendo metros adelante. Lucas aprendió al ver a Pompillo que era necesario jalar el manubrio en el aire para aterrizar con la llanta trasera, impidiendo así una machincuepa peligrosa.

Uno que otro arroyo se les atravezó en el andar, pero ni el agua les detuvo. Cruzaban donde la turbulencia les indicaba que el fondo era rocoso y poco profundo. Evitaron sabiamente por consejo de Pompillo los remansos tranquilos pero profundos.

El tiempo empezó a hacer mella pues el constante abrir y cerrar de las manos para frenar, acelerar y meter el clutch, cobró su cuota. Poco a poco, se entumercieron y hubo que aprender a realizar los cambios directamente, sin lastimar a la caja de velocidades. El combustible bajó de modo importante asi que la pausa se hizo necesaria para rehidratarse y comer algo.

Desandar lo andado fue más sencillo pero con la melancolía de lo que termina, de saber que se acerca el final.

Y la hermosísima Madre de Lucas desencajó la mandíbula al tiempo que abría desmesuradamente los ojos y le preguntaba: ...pero, ¿qué te pasó? La cara de Lucas estaba completamente cubierta con barro, excepto en los ojos, donde le cubrían los goggles.

Já, escena digna del final de un día memorable.

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