viernes, 23 de enero de 2009

LA CASA DE PAJA

DE LA CAVA DEL PATRÓN 230109


Una de las visitas que Lucas hizo siendo niño al rancho de Louis Vernier en Zumpango, estado de México, le provocó una de las mas bruscas apariciones de canas a su hermosísima madre. Todo comenzó de modo normal, como cualquier visita. Pero nadie pudo anticipar que la imaginación acelerada del niño, pondría a girar a todos los habitantes y visitantes del "El Volador".

Ya en el sitio en cuestión, sus pasos fueron encaminados al pajar, pues las pacas de paja mostraban grandes posibilidades para jugar, tanto escalando como sirviendo de colchón en clavados de altura. Ahí, con sus hermanos hicieron derroche de energía y sudor.

Muy pronto, surgió la idea de construir un refugio sacando pacas sueltas en la base y agrandando el hueco que iba quedando. Así, Lucas con la ayuda de sus hermanos menores, construyó un salón digno de un rey. Colocando algunas de las pacas a modo de puerta, bloquearon el acceso y no hubo modo de saber que bajo toda la paja, los niños jugaban a la corte del Rey Pajuelo.

Mientras tanto, en la casa del rancho se alistaba el comedor para recibir a los comensales. Y la hermosísima madre de Lucas, inició los gritos a su prole para que se sentaran a la mesa. Dada la nula respuesta, salió en búsqueda, pero al no encontrar a sus hijos, regresó alarmada contando el asunto y pronto los adultos salieron en batida. Se revisaron los campos de alfalfa, el cobertizo de las vacas, el chiquero de los cerdos, los almacenes de grano, talleres y hasta la casa misma. Por supuesto que también el pajar, pero sin resultados positivos.

Muy pronto, el nerviosismo subió de tono y por el volúmen de los gritos, Lucas pudo escuchar que les llamaban. Moviendo la paca de paja que funcionaba como puerta, salieron los niños al encuentro de sus padres, quienes en una mezcla de alivio y coraje los reprendieron.

La hermosísima madre les hizo ver entre gritos y coscorrones el peligro de la asfixia y el Ing. Saint-Martin, catedrático de Física en el UNAM, les dió una lección sobre la gravedad y sus peligros, mientras les azotó las asentaderas para asegurarse de que se hubiese entendido correctamente.

La comida fue ardorosa pues aún molestaban las posaderas enrojecidas por el repaso paterno, pero lo peor fue saber que las aventuras del muy leal y valiente Rey Pajuelo, quedaron en la historia, de manera inconclusa.

Ay, esos niños...

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