martes, 9 de abril de 2013

La insalubre industria de la salud Parte II




En la historia de la humanidad, el restaurar la salud, curar a los enfermos, recuperar a los heridos y evitar daños ha tenido un lugar muy importante. Desde brujos, curanderos, parteras, sabios, druidas, médicos, paramédicos, enfermeros, asistentes y especialistas han luchado por mejorar las condiciones de vida para todos nosotros. Vaya un reconocimiento desde este lugar.

Pero a quienes las falta mucho para ser reconocidos son a los malnacidos que han creado emporios financieros faltando a tan noble e histórico deber. En la modernidad, la industria de la enfermedad (me cuesta mucho decir de LA SALUD) conjuga a todo un aparato que parte desde los malos hábitos alimenticios y de vida. Nos ha enseñado la vida actualmente que podemos comer porquerías que no nutren y si alteran nuestro metabolismo ya que nos podemos someter a un tratamiento que en poco tiempo nos deja listos para cometer mas desmanes.

Esta cadena se forma cuando aparecen enfermedades como consecuencia del sedentarismo, hábitos terribles como la gula, ingesta de calorías, dependencias de bebidas carbonatadas (refrescos), abominaciones como porquerías cero calorías, absoluta falta de ejercicio, pereza, vicios como el fumar, alcoholismo, drogas y el hacinamiento que genera atmósferas totalmente nocivas para nuestra respiración, elemento fundamental e imprescindible.

De ahí, acudimos al médico que abre el refuego dotándonos de altas dosis de miedos, informes tétricos y montañas de medicamentos. En este punto, quiero referir que cuando llegamos a vivir a Cancún hace casi treinta años, mi hijo tenía dos años y buscamos pediatra para vigilarlo pues nació con un soplo en el corazón y tenía principios de asma. Caímos en las garras de un tipo que sin escrúpulos pretendió operarlo del apéndice argumentando que era el origen de sus males. Salimos corriendo de su consultorio para escuchar una segunda opinión y este médico nos confirmó que el primero había construido su casa con apendicectomías: de cualquier forma, extirpar algo que no usa el cuerpo no le causa daño. Pero así fue el tamaño de su inmoralidad.

Una vez atrapados por la cadena, las medicinas desmejoran la salud notablemente y obligan a continuar las consultas escalando en niveles jerárquicos pues otros órganos comienzan a fallar y entran los gastroenterólogos, cardiólogos, neumólogos, otorrinolaringólogos, neurólogos, ortopedistas y hasta odontólogos. Eso por ingerir altas dosis de medicamentos y los segundos, modifican y aumentan la batería, mientras disminuye alarmantemente nuestra cuenta bancaria.

Empezamos a ser candidatos ya que entramos a la plataforma de lanzamiento hacia los hospitales, verdaderos exprimidores de dinero. Caer en uno de ellos significa el principio de la muerte, sea financiera, por enfermedad o a pellizcos. Te sacan la risa, el aire y la vida. Se quedan con todo. Y en contubernio con los médicos (a veces hasta obligándolos a realizar cirugías aunque sean innecesarias), producen uno de los negocios más ricos del planeta. No permiten que el paciente salga si es que faltan cuentas por cubrir, cobran más que un hotel de lujo y peor que los restaurantes de especialidades pues la comida es terrible en sabor y precio. Lo del sabor lo escudan detrás de nutriólogos (otro especialista que claro que cobra) para la recuperación. Pero no hay mejor medicina que una buena comida, que produce placer y satisfacción. Esas comidas deprimen al paciente, al enfermero y al cocinero. Al único que complace es al nutriólogo que nutre su cartera. Y al hospital también.


Y el paso final, es la funeraria. Quienes estaban sanos, por ir a visitar al médico cuatro veces al año como dicen ellos en su publicidad terminaron enfermos gracias a los medicamentos y malas intenciones médicas. Pasaron a dejar todo su dinero y hasta el de sus familiares en los hospitales y finalmente en la funeraria. Y recientemente salió la noticia en México (http://www.eluniversal.com.mx/notas/913942.html) de que las aseguradoras cancelan las pólizas de gastos médicos ilimitados pues eran cantidades verdaderamente escandalosas.

En la siguiente entrega, les contaré algunos de los secretos mejor guardados por la industria farmacéutica que incluso se da el lujo de destruir fórmulas que realmente curan.

Eso es para quemarlos vivos con leña verde...

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