DE LA CAVA DEL PATRÓN. Negocio de leche
A la fecha, Lucas vive una disyuntiva severa pues no ha acertado a discurrir si tiene mayor gusto por la cerveza o por la leche.
Precisamente éste es un asunto lácteo ya que después de haber cumplido su séptimo aniversario, acudió a la escuela primaria e inició su instrucción formal. Dada la distancia que había entre su casa y la escuela, sus padres optaron por inscribirlo en el comedor del colegio. Todos los días a la misma hora entraba Lucas arrugando la nariz pues todos los días le daba bofetadas el mismo olor. Era increíble para el niño como se conseguía en ese lugar que el tufo no variara.
Se le entregaba una charola de melamina color crema, un vaso y cubiertos envueltos en una servilleta de papel. Debía caminar a lo largo de una serie de ollas humeantes que cocineras gordas servían apresurada y descuidadamente en cada una de las divisiones. Se completaba la comida con alguna fruta, generalmente un plátano y con un vaso con leche. Esa era la parte más gustada por el niño que sin dudar y con enorme placer, la ingería sin pausa hasta ver el fondo del vaso.
Pronto se dió cuenta que su gran afición láctea no era compartida por la mayoría y sin poder entender el porque, trataba de explicar la delicia que le generaba la ingesta. El fastidio de sus amigos se cortó de tajo cuando uno de ellos retó a Lucas: "si tanto te gusta, te doy un peso si te tomas mi leche". Caramba, más leche y además le darían dinero...
A partir de ese día, Lucas se quedaba con la charola vacía cerca de la salida, donde un prefecto revisaba que nadie dejara algún resto sólido o líquido. Y desfilaban muchos niños entregando su vaso para que Lucas lo vaciara en su estómago y depositaban su moneda en la mano. Así después de 12, a veces 14 vasos debidamente dispuestos, salía Lucas finalmente del comedor. La panza le bamboleaba como odre y la bolsa le tintineaba por tantas monedas.
Iba directo a buscar una sombra donde reposar el esfuerzo de tan blanco y redondo negocio. Pero como todo lo bueno, no dura para siempre, Lucas fue descubierto y le fue prohibido asistir a sus compañeros quienes volvieron a sufrir bebiendo leche y Lucas sin beber tanta.
Y su bolsita, jamás volvió a ser tan cantarina
Precisamente éste es un asunto lácteo ya que después de haber cumplido su séptimo aniversario, acudió a la escuela primaria e inició su instrucción formal. Dada la distancia que había entre su casa y la escuela, sus padres optaron por inscribirlo en el comedor del colegio. Todos los días a la misma hora entraba Lucas arrugando la nariz pues todos los días le daba bofetadas el mismo olor. Era increíble para el niño como se conseguía en ese lugar que el tufo no variara.
Se le entregaba una charola de melamina color crema, un vaso y cubiertos envueltos en una servilleta de papel. Debía caminar a lo largo de una serie de ollas humeantes que cocineras gordas servían apresurada y descuidadamente en cada una de las divisiones. Se completaba la comida con alguna fruta, generalmente un plátano y con un vaso con leche. Esa era la parte más gustada por el niño que sin dudar y con enorme placer, la ingería sin pausa hasta ver el fondo del vaso.
Pronto se dió cuenta que su gran afición láctea no era compartida por la mayoría y sin poder entender el porque, trataba de explicar la delicia que le generaba la ingesta. El fastidio de sus amigos se cortó de tajo cuando uno de ellos retó a Lucas: "si tanto te gusta, te doy un peso si te tomas mi leche". Caramba, más leche y además le darían dinero...
A partir de ese día, Lucas se quedaba con la charola vacía cerca de la salida, donde un prefecto revisaba que nadie dejara algún resto sólido o líquido. Y desfilaban muchos niños entregando su vaso para que Lucas lo vaciara en su estómago y depositaban su moneda en la mano. Así después de 12, a veces 14 vasos debidamente dispuestos, salía Lucas finalmente del comedor. La panza le bamboleaba como odre y la bolsa le tintineaba por tantas monedas.
Iba directo a buscar una sombra donde reposar el esfuerzo de tan blanco y redondo negocio. Pero como todo lo bueno, no dura para siempre, Lucas fue descubierto y le fue prohibido asistir a sus compañeros quienes volvieron a sufrir bebiendo leche y Lucas sin beber tanta.
Y su bolsita, jamás volvió a ser tan cantarina
Etiquetas: 231009, DE LA CAVA DEL PATRÓN
2 comentarios:
Genial!!! leche y unos pesos!! me encanto tu relato!!!
Hola Marrrrrrrrtina.
Ya ves, lo bueno de la vida dura poco pero hay que saber saborearlo, sacarle jugo y provecho.
salud, la compañía.
Y gracias por tu visita.
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