domingo, 22 de febrero de 2009

PRIMERA PRIVADA


Lucas fue como todos los niños un recién nacido, pañalón y goloso de leches, materna y de vaca. Para el tiempo en que aprendió a gatear, había pocos sitios seguros para su inquietud.

Uno de sus lugares preferidos era la sala que tenía al televisor marca Philco en una esquina, pues mientras veía algunos dibujos animados, trepaba sin cesar por los brazos de los sillones, se ponía de cabeza, se sentaba a horcajadas sobre los respaldos e invariablemente recibía los regaños maternos.

Un buen día, el alpinista incipiente intentó usar el brazo del sillón, desde el respaldo, como resbaladilla. Debido a su naturaleza, el tapíz era poco resbalante así que al no conseguir el deslizamiento esperado, el niño vió como su cabeza seguía con el impulso pero sus asentaderas no. A consecuencia de ello, perdió el equilibrio y dando una graciosa machincuepa en el aire, aterrizó en el suelo de cabeza.

El golpe fue tan fuerte como la impresión, por lo que asustó a morir al intrépido escalador. El golpe, el llanto y la falta de aire en el niño, provocaron que su hermosísima Madre llegara en menos de un segundo hasta donde su primogénito estaba adquiriendo un raro color morado en su rostro.

Con una agilidad impresionante, tomó al niño en brazos y corriendo, llegó hasta el consultorio del médico del lugar, a tan sólo cuatro casas de distancia.

El médico atendió la emergencia con prestancia desnudando al Lucas morado, llenándolo de alcohol y cortando su falta de aire con el frío que le provocó. De inmediato, el niño recuperó la respiración al mismo tiempo que Doña Lupita. El resultado de todo ésto fue un enorme chichón en la tierna cabeza de Lucas, el conocimiento de que el planeta es muy duro y en su Madre, la forma de remediar las privaciones de aire.

Empezaba el rosario de sustos.

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