LA TÍA DEL NIÑO
Estaba tan floripondiado el jardín que la solterita Araceli, que había salido a pasear a su sobrino de cuatro meses, sintió una tentación rimborondante.
Sentada en el banco verde de las ideas seductoras, pensaba hacer con su mano ese giro de planetas que es sacar un seno y dárselo al mamoncillo.
El sideralismo oculto de los días obraba por persuasión con sus fuerzas de más a aquella hora.
La virginal muchacha contenía el gesto de pelotari venusina, pero la apremiaban los deseos del jardín y el haber concebido la idea.
¿Si?
¿No?
A la una, a las dos, a las tres...
Y desabrochando su corpiño tuvo la tremulante alegría de poner su seno al descubierto en pleno jardín público, consguida una preeminencia que sólo pueden tener las estatuas y las madres.
El niño jugó con la pura morbidez y un ejército de soldados de jardín comenzó a pasar por delante de la maravillosa falsificación del único gesto de impudicia permitido.
Sentada en el banco verde de las ideas seductoras, pensaba hacer con su mano ese giro de planetas que es sacar un seno y dárselo al mamoncillo.
El sideralismo oculto de los días obraba por persuasión con sus fuerzas de más a aquella hora.
La virginal muchacha contenía el gesto de pelotari venusina, pero la apremiaban los deseos del jardín y el haber concebido la idea.
¿Si?
¿No?
A la una, a las dos, a las tres...
Y desabrochando su corpiño tuvo la tremulante alegría de poner su seno al descubierto en pleno jardín público, consguida una preeminencia que sólo pueden tener las estatuas y las madres.
El niño jugó con la pura morbidez y un ejército de soldados de jardín comenzó a pasar por delante de la maravillosa falsificación del único gesto de impudicia permitido.
RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA
Etiquetas: CABEZA DE CUENTO, LA TÍA DEL NIÑO
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