viernes, 27 de febrero de 2009

LA ABEJA VENGADORA


Lucas llegó muy emocionado con su familia al rancho El Volador de Louis Vernier, sabiendo que tendría un fin de semana con altas emociones, aventuras e historias que crear.

"Mami -le gritó a la hermosísima Doña Lupita en cuanto puso un pie en tierra- voy a buscar a mi amigo". Su amigo era el hijo del caporal del rancho, con quien Lucas encontró a un compañero de aventuras y socio de travesuras. Pero su iniciativa fue detenida en seco por la órden materna. "Nada de eso jovencito, primero saluda a tu abuela y vamos a ver que se necesita hacer".

Con el dolor de ver sus ansias amputadas, el pequeño se plegó a las órdenes proferidas. Entró a la casona en donde fue envuelto por un abrazo de la abuela y sacudido fuertemente por Ms. Vernier: "Bon Yug ma petí Luis, ¿sa vá?" Rayos, el chico entendió lo mismo que cuando su padre le explicó lo que era un guarismo.

La charla fue subiendo de tono entre las mujeres presentes en la cocina, poblada por la abuela, la madre, cocineras y ayudantes que cacareaban al igual que lo hacía el gallinero de largas filas. Entre todo el barullo, se generó un acuerdo y Lucas fue el designado para subirse al techo del establo, desde donde se podían alcanzar ramas cargadas de capulines, fruta muy chistosa a los ojos del niño.

Pronto, manos fuertes de los adultos y la agilidad nuevecita de Lucas lo llevaron hasta el sitio en cuestión, desde donde supo como bajar en canastas que le arrojaban desde el nivel del suelo, los racimos de las bolitas negras, llenas de sabor. Así, en menos de lo que uno se imagina, el chico acabó con la cosecha, pero antes de bajar le llamó poderosamente la atención un grupo enorme que quedaba algo lejos de su alcance.

Decidido a bajar con tan preciada pieza, optó por acostarse boca abajo sobre el techo del estabo, sacando del límite la cabeza y los hombros a fin de alcanzar el premio. Al instante en que arrancaba los frutos, sintió un dolor agudo en el pecho. De un jalón inusualmente fuerte, separó el racimo y al incorporarse, observó en su esternón una abeja que furiosamente había clavado su aguijón. De inmediato, arrojó los capulines, descendió con agilidad aracneica y reportó el hecho a los presentes.

Fue llevado de emergencia a la cocina con las mujeres quienes en un parpadeo, despojaron al niño de su camisa, de la abeja y le untaron ajo molido para curar el ataque.

Desde entonces, los capulines tienes para Lucas sabor a ajo. ¡Qué cosas!

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