viernes, 12 de diciembre de 2008

DE LA CAVA DEL PATRÓN 121208

EL FRANCES

Lucas en sus primeros años vivió una etapa fantástica ya que su abuela emparejó con un francés auténtico de nombre Louis Vernier, quien era dueño de un rancho en Zumpango, Estado de México. El rancho llamado "El Volador" era exactamente lo que Lucas niño necesitaba para darle salida a su fructífera imaginación. Muchas fueron las correrías en ese sitio y serán relatadas en éste espacio al tiempo.

LA IMPACTANTE ABUELA DE LUCAS

La primera vez en que Lucas vió el lugar, bajó del auto paterno con una ansiedad tremenda, le quemaba la idea de arrojarse como portero de futbol en los verdes campos sembrados, cosa que hizo pegando una carrera vertiginosa y un brinco fenomenal aterrizando sobre el sembradío de alfalfa. Sin embargo, la realidad le golpeó las expectativas tan fuerte como lo hizo lo duro de la tierra. No hubo nada que le amortiguara, nada blando lo recibió. Las matas de alfalfa muestran un verdor tupido de lejos pero de cerca son pequeños arbustos y los terrones son duros como piedras.

LUCAS EN SUS AÑOS DE RANCHO

Repuesto del asombro y el golpe, las aventuras fluyeron a raudales entre vacas, puercos, gallinas, una pila de agua helada e historias de fantasmas. La casona se prestaba para ello ya que sus maderos crujían de noche interrumpiendo su sueño y despertando su imaginación.

Una tarde después de comer y antes de cenar, estaba reunida la concurrencia y Louis Vernier quiso compartir (presumiendo) un pathé aténtico de foie gras que guardaba para una ocasión como ésta. El recio Ing. Saint Martin, su hermosísima esposa y madre de Lucas y hermanos, junto a su abuela, aguardaban con impaciencia a que Don Louis abriera la lata de conserva. La escena era digna de un cuadro de Pieter Brueghel el Viejo, en una casona armada con traves de madera en el techo, paredes de tabicones de adobe, muebles rústicos y una luz mortecina. Ms. Vernier toma la lata rectangular con esquinas redondeadas, de la base desprende la llave que tenían antes las conservas y la encaja en la pestaña de apertura. Y una serie de imprecaciones en francés inundan la estancia: se rompió la pestaña y era imposible abrir la lata. Corrió por unas pinzas de electricista para intentar su apertura y después de unos minutos, el franchute se rindió a la vez que se disculpó.

Dejó sobre la mesa del comedor el desastre y regresó a consolarse con un cognac a la sala. Lucas vió con curiosidad los restos del ejercicio fallido y con meticulosidad empezó a desprender una brevísima punta de la pestaña, lo que le permitió morder con la punta de la pinza la tira y empezar a desprenderla. Una vez firmemente retenida, abrir la lata y escuchar el estallido de júbilo de Monsiuer Vernier fue una sola cosa. Jubiloso y henchido de orgullo, le arrebató a Lucas la lata con una mano y levantó al infante con la otra, bailando en círculos hacia la estancia, pregonando: "clago, si mi Luis es fgancés, aquí está la pgueba". Animadísimo por la proeza del niño Lucas, se despojó de su boina y la caló casi hasta los ojos de su pequeño héroe: "ésto es paga tí, pequeño hijo de Fgancia".



A la fecha, es una de las posesiones mas amadas por Lucas, nada infante ya y poco "Fgancés".


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