EN EL METNAL. De Cohetes y Cosas Peores 2.

La noche del 24 de diciembre tuvo un efecto devastador, pues abundaron las explosiones de cohetes en toda la ciudad, algunas de potencia desmedida. Al caer la noche (que en Cancún nos llega absurdamente a las 17:20) se inició el bombardeo despiadado que concluyó cerca del amanecer.

Entre los más afectados fueron los perros que aterrados, no acertaban a esconderse en sitio alguno suficientemente seguro. Frida, mi Rottweiller, a sus once años padeció toda la noche de espasmos y sobresaltos con cada explosión, alguna más fuerte que el resto. Cimbraban el piso y las paredes de las casas, hacían brincar a los bebés y a las mujeres.

Cuando finalmente salió el sol, salí temprano a ver a Frida, a sacar el coche de mi suertudota y ponerle agua a mis plantas. Pero me encontré que mi vieja y querida amiga estaba respirando pesadamente, resoplando y sin moverse. La llevé adentro y la cubrí pues estaba muy fría. Mi hermana sugirió medicarla y dada la fecha, 25 de diciembre, hubo que dar muchas vueltas hasta encontrar una farmacia abierta. Después de varios intentos de asistirle, mi bellísima Frida soltó el último suspiro.

Falleció pues su cuerpo no soportó toda una noche atronadora, entró en choque y su cansado organismo (tenía casi 12 años) no lo resistió.

En diciembre, se me fueron mis dos perras, Lorenza la Golder Retriever y 15 días después, Frida. Y en una fecha terrible, sin servicios, sin tiendas abiertas. La perrera municipal, pomposamente llamada Centro de Atención Canina estaba de descanso, así que no funcionaba el horno crematorio. Hubo que llevar el cuerpo a enterrar para evitar contaminación en casa.

La negligencia de las autoridades al consentir la venta de explosivos, acabó con la paz y tranquilidad de mi ciudad.

Y con la vida de Frida.