lunes, 15 de noviembre de 2010

DE LA CAVA DEL PATRÓN.Enchilado.


Lucas fue invitado a una de sus primeras fiestas de adolescentes, cuando su compañero Ernesto cumplió años, habría música, comida y refrescos.

Todos se esmeraron en su aspecto, procurando verse más maduro que el resto, incluso las chicas, deseaban verse totalmente alejadas del uniforme escolar, mostrándose más mujer.

Su hermosísima Madre, llevó al púber a la dirección referida y lo dejó en la entrada, no sin antes leerle el reglamento familiar y recomendarle compostura y recato, por favor.

Al entrar, Lucas encontró un ambiente tal y como lo había imaginado: sin adultos, puros jovencitos, música de moda y mucha diversión. Saludó a sus amigos y departió entre risas y carcajadas.

Avanzada la renunión, se vio en la cocina de la casa junto al festejado y un par más de cuates elucubrando que hacer para divertirse mas aún. Ernesto tuvo una ocurrencia al ver un tazón de cristal repleto de chiles jalapeño encurtidos y ofreció un billete nuevecito de diez pesos a quien se comiera uno de un solo bocado.

La tentación fue mucha para nuestro rapaz así que tomó el reto, el chile y despus el dinero. No sintió que fuera la gran cosa, asé que decidió a partir de ese instante que podía comer libremente cualquier cantidad de picante.

Al siguiente día, fue llevado a la comida familiar en la casa de los abuelos celebrando el regreso de su tía Pi de tierras yucatecas quien hizo gala de las recién aprendidas recetas presentando queso relleno, panuchos y cochinita pibil con todos sus aderezos entre ellos una salsa llamada xmepek (voz maya que significa nariz de perro) hecha a partir de chile habanero asado al comal, picado con cebolla y remojado con jugo de limón con sal.

Con la mesa ya dispuesta, pidió un plato de cochinita pibil, tortillas y acercó el tazón de la salsa y se sirvió con alegría en el taco, ante la mirada azorada de todos sus familiares. Con el primer mordisco llegaron una oleada de lava encendida y las carcajadas de los asistentes al ver lo rápido que se le encendió el rostro.

Veinte largos minutos le duró el enchilamiento con un moqueo imparable de la nariz (de ahí el nombre xmepek, que por cierto se pronuncia shmépec) y una hora el entumecimiento de la lengua. Cuando pudo regresar al comedor, pidió una buena rebanada del queso relleno y alejó el chile habanero de su vida, hasta que llegó a vivir como adulto al caribe mexicano, donde recordando ese fin de semana, se convirtió en un fiel devoto del habanero, incluso cultivándolo en su jardín.

Pero, que fuerte estuvo esa enchilada.

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