viernes, 6 de agosto de 2010

DE LA CAVA DEL PATRÓN. Llamando al diablo.


En una tarde de verano, en que el aire tiene pereza, las hojas de los árboles caen despacito al suelo y nada quiere apurar el paso para no acalorarse, Lucas estaba reunido con sus amigos, todos rondando los 14 años. Tumbados sobre el pasto de la casa de Pompillo, meditaban sobre el paso lento de las nubes y las horas, deliberando del que hacer con las vacaciones. Estaban ligeros de responsabilidades y nadie quería llegar aún a casa donde no había espacio para la pereza.

Una a una fueron descartándose las propuestas hasta que Carlos, La-bioneta, preguntó maliciosamente: "¿Han llamado al diablo?". Todos se incorporaron como movidos por un resorte y se miraron nerviosamente entre sí. La respuesta unánime fue un rotundo NO. Así que, teniendo toda la atención, les dijo al resto de los chicos "podemos hacerlo hoy por la noche, necesitamos una vela, cerillos, un vaso con agua y reunirnos donde no nos interrumpan".

Así que todos partieron a reunir los implementos, Lucas por una vela, Pompillo a preparar el cuarto de huespedes de su casa, Joaquín el Sasquash por un vaso y la-bioneta por cerillos. Después de mostrar los implementos y Pompillo excusara la reunión con el pretexto de ver revistas de motocicletas, las instrucciones sentaron en el suelo a los chicos formando una rueda.

Se colocaron en el medio la vela y el vaso con agua. La-bioneta explicó que había que esperar a que se ocultara el sol, la vela debía ser encendida después de apagar la luz en completa oscuridad, el vaso con agua se manejaría como arma por si el aparecimiento se tornaba peligroso y las manos debían unirse para cerrar el círculo.

Cuando el momento llegó, Pompillo se levantó, apagó la luz y La-bioneta encendió un fósforo compartiendo la flama con la vela. Una vez apagado el cerillo y sentado Pompillo, se tomaron de las manos cerrando el circuito. La instrucción aclaró que había que declarar en voz alta y al unísono un estribillo: DIABLO, VEN. DIABLO, VEN. Y repetirlo hasta que la flama de la vela comenzara a danzar, señal de la presencia del maligno.

El coro inició tímido producto de la mezcla de la curiosidad y el miedo auténtico. Repitiendo el estribillo una y otra vez, la confianza lo elevó hasta ser alto y claro. Hasta que los rostros amarillentos por la luz de la flama, palidecieron como el color del papel pues la flama danzó furiosamente. En ese preciso instante, Pompillo se levantó a velocidad asombrosa y encendió la luz eléctrica. La-bioneta lo calmó, lo invitó a apagarla de nuevo y explicó que había que resistir.

Se tomaron de las manos nuevamente y reiniciar el estribillo. Sus rostros ya eran un amasijo de nervios cuando la flama danzó nuevamente de manera furibunda, pero sin resistirlo más, Pompillo encendió la luz nuevamente mientras mirábamos con los ojos muy abiertos a La-bioneta, quien se retorcía en el piso, presa de espamos provocados por una risa incontrolable.

El "malamigo" esperaba a que los nervios se crisparan y con su amplia boca, le soplaba a la vela hasta que bailba. Con el miedo aún a flor de piel, se lanzaron sobre él hasta casi sofocarlo, golpeándolo donde se podía. Pero los venció la risa y terminaron una noche muy divertida sin la visita de Mefisto.

Afortunadamente, uf...

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