viernes, 2 de octubre de 2009

DE LA CAVA DEL PATRÓN. El 2 de octubre de 1968.

Lucas estaba disfrutando de su infancia de ocho añitos en la casa de sus tías, donde su Padre nació, el recio Ing. Saint-Martin. Corría con los demás niños ese domingo de 1968 por los tres patios que había, el rojo, el blanco y el terreno. Andaba en patines, en bicicleta y en patineta.

Los adultos, en el hall (o recibidor), tomaban la copa con botanas escuchando las notas melancólicas de "El recuerdo del Ypacaraí" que a la sazón estaba en boga.

Pronto, se escuchó un rumor en la calle y Lucas dejó botadas todas las ruedas que usaba, para pegar la nariz a la malla y observar el motivo del ruido. Por varias partes se iniciaba y envolvía al ambiente subiendo de potencia poco a poco. Tanto fué, que silenció a las notas guaranís y a la kuñataí. Uno a uno, los adultos se unieron a Lucas, hasta que una de sus tías gritó: "LOS ESTUDIANTEEEEEEEES"...


Inmediatamente se colocaron candados, se cerraron ventanas, se tomaron a los niños y se encerró la reunión familiar a cal y canto. El último en entrar fué, por supuesto, Lucas quien se quedó con la nariz pegada viendo como marchaban gritando consignas los estudiantes. Su hermosísima Madre lo tomó con violencia aplicándole al mismo tiempo una buena nalgada por no obedecer ni hacer caso de sus instrucciones, caramba.


Pero lo que Lucas no entendió fué el por que era necesario dejar de ver a los estudiantes si él mismo lo era. Por qué había que cerrar la casa, callar a la vieja consola y adoptar un gesto fúnebre cuando antes todo era risas. No acertó el niño a comprender por que se les tomaba por delincuentes si eran estudiantes. No era eso motivo de peligro.


Pero pronto el secretario de gobierno, Luis Echeverría Álvarez sintió esa misma desazón que los adultos en ese día y de manera cruel y cobarde, ordenó la matanza del 2 de octubre de 1968, seguramente bajo las instrucciones de su jefe, Gustavo Díaz Ordaz de negra memoria.


Y jamás se olvida.

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