viernes, 25 de septiembre de 2009

DE LA CAVA DEL PATRÓN. Lucas y la nieve.

México, Distrito Federal. Lunes 9 de Enero de 1967.

Aunque los juguetes que dejaron los Reyes Magos bajo el árbol navideño unos cuantos días atrás aún olían a nuevos, lo que distinguió a esa mañana de todas las demás que Lucas ha visto cuando abre sus ojos plagados de pestañas rizadas, envidia de su suertudota y de algunas más, fue el frío terrible, la pereza de un sol que no acaba de salir y los gritos desaforados de su hermosísima Madre: "Niños, levántense rápido. Vamos afuera, nevó, nevó, nevooooooooooó..." y la modorra matinal se esfumó como por arte de magia.

Mientras Doña Lupita le ayudaba a los pequeños a ponerse cuanta ropa tenían, Lucas se puso por instrucciones maternas tres pares de calcetines, pantalón largo, camiseta, camisa de franela, sweater (sueter) y chamarra, además de un gorro de lana tejido.

Tambaléandose por tanta ropa, los niños rodaron más que corrieron hacia el patio y la calle donde un esplendor en blanco había vestido el exterior. Los autos, las banquetas, las cornisas, los árboles, los postes, los cables, todo era blanco. Todo tenía un glaseado helado que le recordaba a Lucas a una ciudad convertida en pastel. La gente asomaba la nariz enrojecida por el frío que se reportó de -3°C pero a pesar de lo inusual, salía igual abrigada para sentir lo extraño del fenómeno y jugar con la nieve. Los autos se adornaron en los cofres con muñecos de nieve tan bizarros que si para ese tiempo ya hubiese aparecido Calvin y Hobbes, Lucas así lo hubiese imaginado.

Pronto apareció su Padre, el recio Ingeniero Saint-Martin dando instrucciones férreas de meterse para ir a la escuela. Las protestas maternas de poco valieron y sus ojos "bambinescos" tan sólo sirvieron para que los pequeños no salieran ese día. Pero Lucas no fue dispensado y se vió pronto en el único coche sin muñeco de nieve (¿Qué? ¡Yo no soy divierte-changos! contestó su padre ante la solicitud infantil de Lucas). El vochito circuló por el mero centro de la ciudad, atestiguando el pequeño un zócalo blanqueado por el fenómeno. Y su desencanto pronto se olvidó cuando en un acto extraño, la dirección escolar dio el dia libre para que los niños disfrutaran de la nieve.

Además de muñecos, hubo guerra total, construcción de fuertes, gritos, risas, llantos, raspones y lloriqueos, en un día fantástico que nunca más ha vuelo a existir en la capital de México.

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2 comentarios:

A las 25/9/09, 18:31 , Anonymous Rosa ha dicho...

divierte-chaangos!!!! eso sono tan a mi abuelito!!! jajaja padrisima anecdotaaa!!! me la imagine completita con tu increible narracion! besooos!!

 
A las 25/9/09, 18:37 , Blogger LUCAS ha dicho...

Hola Rosa.

que bueno que pasaste de visita y tal cual lo leíste, pues Lucas lo vivió. Claro que tu abuelo siempre se defendió y jamás quiso ser un divierte-changos, faltaba más...

Besos.

 

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