viernes, 22 de mayo de 2009

DE LA CAVA DEL PATRÓN. Moneda olímpica.

Cuando Lucas tenía 8 años, llegaron los Juegos Olímpicos a la gran ciudad de México. El arrebato que provocó en la población de todas las edades y géneros fue mayúsculo. El país se vistió de paloma de paz y aros de colores.


Y la vida del niño se vió alterada de manera radical, pues en todos lados se escuchaban las noticias en cuenta regresiva para la inauguración y los acordes de las fanfarrias olímpicas. Las escuelas atosigaron a los escolapios con tareas de investigación de los orígenes de los juegos, quienes los crearon, quien los recuperó en tiempos modernos. Que países habían albergado las justas, los sitios sede de las diferentes disciplinas en nuestro país. Incluso en los botes de chocolate en polvo, se encontraban cromos con actividades e historia olímpicas, pudiendo llenar el álbum gratuito que te obsequiaban en los supermercados a cambio de varias etiquetas de la lata en cuestión.

Y los sueños eran olímpicos, los desayunos intentaban serlo, las comidas incluían carreras de te-alcanzo-para-que-comas y disciplinas como "báñate ya" que jamás se incluirían en los registros de marcas mundiales. Hasta las placas de los autos, eran olímpicas, tenían los aros enmedio, en la parte baja. En ese año nació el infame y despreciable impuesto por tener automóvil.

Sin embargo, una edición numismática acaparó la atención del niño tremendo, pues sobre el buró de su Padre, el recio ingeniero Saint-Martin encontró apiladas varias monedas con una belleza jamás vista. Un diseño exquisito en un metal de brillo asombroso:

un jugador de pelota, del antiguo juego de pelota prehispánico, llamado POK-TA-POK por los mayas y la inscripción hermosa de 1968. Así que viendo suficientes para todos, Lucas tomó una de las monedas, la guardó en la bolsa minúscula de su pantalón corto (recordemos que esa época eran realmente cortos, no cubrían ni medio muslo, mucho menos llegaban como hoy casi a los tobillos, esos se llamaban de brinca-charcos ni se usaban obsenamente abajo de la cadera para enseñar la mitad de la ropa interior). Una vez en la tienda del club Mundet, le preguntó al dependiente si la moneda era válida para hacer compras y al recibir una respuesta positiva, declaró la cantaleta tan repetida por los infantes del momento; ¿para qué me alcanza?

Hay que establecer un parámetro para imaginar para que le alcanzó a Lucas ese tesoro. Nominalmente, las monedas eran de $25.00, de plata ley 0.720 y cantaban hermosamente al jugar volados. En ese tiempo un bolillo (pan estilo francés) costaba $0.10 así que se podrían comprar 250 panes con esa moneda. Y a Lucas le fue entregado un botín de azúcares pintados de muy distintas maneras, con o sin picante, etiquetados de la manera mas diversa jamás vista por sus ojos, tanto en sólido, molido, o líquido.

Cuando el recio ing. Saint-Martin descubrió que su primogénito consumía vorazmente tal cantidad de golosinas, lo llevó a rastras a la tienda después del interrogatiorio y exigió al empleado que regresara la moneda conmemorativa de los XIX Juegos Olímpicos, los primeros y únicos en Latinoamérica. La negativa vino reforzada por la excusa de que se había entregado el corte para depósito bancario, por lo que era imposible su devolución y por favor, debían retirarse para atender a los que estaban formandose en fila.

El castigo-regaño-casidesherencia, fue enorme y poco comprendido por Lucas, pero jamás olvidado.

32 años despúes, sentado en una mesa de un restaurante en la población maya de Carrillo Puerto, Lucas adulto vio como se acercaba un hombre humilde vendiendo monedas, entre ellas las olímpicas del 68. Sin pensarlo, compró suficientes para obsequiarle en su momento a sus hijos, a su suertudota, a su hermosísima Madre y por supuesto, a su Padre, el recio Ing. Saint-Martin quien con lágrimas en los ojos vio de nueva cuenta su querida moneda de regreso en sus manos.

32 años después, vaya viaje...

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