viernes, 26 de diciembre de 2008

DE LA CAVA DEL PATRÓN 261208

PRIVILEGIOS DE COCINA

Lucas tuvo la fortuna durante su niñez de ser cobijado por un ejército de tías por parte de su padre y durante los domingos, en la reunión familiar, se le permitían conductas que no eran aceptadas el resto de la semana. Así conoció desde temprana edad las delicias del rompope, dulces mexicanos como "pepitorias", "alegrías", "cocadas", "palanquetas de cacahuate" y otros mas que llevaba domingo a domingo un vendedor en su charola de madera que montaba sobre una base plegable para despachar delicias.

Igualmente, le era permitido beber refrescos embotellados pero a Lucas, dado que se le había brincado la chaveta desde nacido, o antes si fuese posible, determinó que los de cola quedaban proscritos de su existencia y los distintos sabores empalagaban. El único que aceptaba era el de toronja.

Pero un dia, al pasar corriendo por la cocina rumbo al patio grande para continuar el juego en desarrollo (vaya uno a saber cual, Lucas no refiere nada al respecto), lo detuvo en seco un aroma recio, penetrante pero por sabroso, por delicioso. Y al inquirir a su Tía Emma, quien estaba cocinando en ese momento la fuente del hipnótico efluvio (Del lat. effluvium. Emisión de partículas sutilísimas) le contestó que eran cascaritas de papa. Lucas recibió la instrucción estómago-cerebro de conseguir una probada al menos, por lo que solicitó a sus 8 años la porción justa. Su Tía Emma colocó los brazos en jarras, frunció el ceño y endureció su mirada militar producto de muchos años como directora escolar y le espetó al niño: "De ninguna manera jovencito. Este es un PRIVILEGIO DE COCINA y solamente quien trabaja en la cocina puede comerlo"

Una idea brillante iluminó el cerebro a Lucas y preguntó: "¿Qué puedo hacer para ayudarles?". Le fueron señalados algunos cacharros que esperaban turno para ser lavados en el fregadero y rápida y agilmente, el niño se encargó de ellos. Recibió a cambio de sus servicios un platito con un taco rápidamente preparado, un vaso con agua a manera de apagafuegos y las carcajadas de las Tías cocineras cuando el rostro de Lucas se encendió como semáforo en rojo por el picante. Pero aún así, terminó su porción, agradecido.


El juego continuó con éste infante de energía elevada exponencialmente por el picante y la satisfacción en su corazón de haber descubierto las delicias de quien cocina. Sólamente para los cocineros, que fortuna dar con ello. Eso, por eso se le llaman PRIVILEGIOS DE COCINA.

Etiquetas: ,

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio