viernes, 19 de diciembre de 2008

DE LA CAVA DEL PATRÓN 191208

LUCAS NO PASÓ BAJO LA MESA

La hermosísima madre de Lucas refiere muy orgullosa que su primogénito (el mismísimo Lucas) inició muchas actividades que aún mantiene como parte de su vida diaria desde edades tempranas.


A manera de ejemplo, se transcribe fielmente lo que Doña Lupita anotó de su puño y letra en el anecdotario que preservó los detalles de tan inusual personaje: "20 de septiembre (cabe aclarar que Lucas tenía en ese momento cerca de 9 meses de edad) se levanta y empieza a llorar por hambre a las 6 de la mañana, da unos gritos terribles. Ya se le quedó la costumbre". A la fecha, su suertudota sabe lo que es que Lucas se levante a las 6 de la mañana incluso el 1 de enero de cada año y con un hambre terrible. Lo que no hace màs es pegar gritos terribles.

A esa edad, Lucas no solo gritaba, ya emitía su primer vocablo, el tan esperado por todas las madres: "mamá". A los 11 meses después de gatear brevemente, dió sus primeros pasos e inició lo que hace a la fecha, correr.

Para ese humano en miniatura, correr se convirtió en un placer enorme, constante y siempre ejecutado. Por cualquier sitio en que permitía la carrera (no por instrucción de alguien, por apertura de obstáculos), Lucas iniciaba un frenético correr.

Uno de sus sitios preferidos, era el pasillo que se abría entre la sala y el comedor de la casa paterna. Ahí se recreaba Lucas a sus 11 meses de edad (él nunca se enteró que los cachorros humanos deben dar sus primeros pasos vacilantes después de cumplir su primer aniversario, es más, siempre opina Lucas que lo que los demás piensen no va con él) y pegaba una carrera vertiginosa de la sala hasta el final del comedor y dado que la estatura lo permitía, pasaba sin recato bajo la mesa.

La mesa era completamente de madera, hermosamente trabajada por los ebanisteros de Van Buren en estilo modernista con cantos delgados en crecimiento hacia el centro por el anverso imitando una cuchilla. De color oscuro, la veta mostraba un grano bello, con acabado pulido y abrillantado.

Y dado que la naturaleza tiene la costumbre de seguir implacablemente su curso, un día cercano al año de edad de Lucas, sucedió lo inevitable. Al crecer, la carrera cotidiana sufrió un grave percance: Lucas toma vuelo al dar vuelta cerrada en torno al sillón individual que daba la espalda al comedor, cruza a toda velocidad la puerta de la cocina donde su hermosísima madre tuvo que detener sus pasos y ante su horrorizada vista, el niño en cuestión detuvo de golpe su trayectoria cuando la parte alta de la cabeza topó con el borde de la mesa y lo paró en seco, enviando la testa hacia atrás. Las piernas pasaron, la cadera, el tronco y los brazos, pero la cabeza no.

Y Lucas supo que a partir de ese día, ya no pasaría bajo la mesa y de golpe (ese golpe) se le abrieron las puertas de la casa. El interior era muy peligroso para el mobiliario y el niño, así que conoció a partir de ese momento el mundo exterior (aunque tan solo fuese el patio a esa edad).


Doña Lupita aumentó su sufrir. Niño, niiiiiiiño.

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