DE LA CAVA DEL PATRÓN 211108
UNA JABALINA EN MI PIERNA
A sus trece años, el Lucas puberto fué alcanzado de la manera mas inverosímil por una jabalina torpemente lanzada por uno de sus compañeros de clase, generándole una de sus heridas mas extrañas pero que provocaron mayor admiración entre sus amigos.
El polvoso colegio a donde tenían sentenciado a Lucas, incluía entre sus actividades la práctica del deporte y pretendiendo extenderlo a todas sus esferas (excepto natación, no se puede nadar en el polvo), se les instruía a ese puñado de seres deformes por la adolescencia en carreras, salto de longitud (Lucas por sus antecedentes ganaba siempre), altura (Lucas por su estatura perdía siempre) y entre otras, lanzamiento de jabalina.
Para cuando le era entregada el largo obús, la imaginación tan inquieta del muchachito le transportaba al África salvaje, su piel se tornaba oscura, su uniforme en hojas elongadas que le cubrían apenas sus partes pudendas y el llano yermo se transformaba en selva tropical y tupida. Dado que era menester atravesar algún jabalí o Ñú, la imaginación le llevaba a emplear el máximo de su fuerza posible.
El pitazo que arrojaba el silbato del entrenador, se transformaba instantáneamente en un sonido pajaresco que emitía el médico brujo de la tribu (con máscara y plumas). A esa señal, Lucas imaginaba que conseguía dar en el blanco a distancia y que era menester recoger su arma después de consguida la presa del día.
Pero un golpe brusco en la pantorrilla lo sacó de su ensimismamiento, acompañado de un dolor agudo en la parte trasera de su pierna derecha, lo que lo arrojó al suelo. Al revisar lo sucedido vió una escena repleta de tipos lívidos, incluyendo al panzón entrenador y cerca de él, otra jabalina con la punta colorada por su sangre.
Hasta el Lucas tirado en el polvo llegaron corriendo sus amigos cercanos, el maestro no acertaba ni a correr (era imposible con tremenda barriga) ni a dirigir. Se bloqueó al ver la escena pensando en los titulares del periódico de dia de mañana: NIÑO MUERTO, ATRAVESADO POR UNA JABALINA PERDIDA.
Pero entre cuatro, Lucas fue levantado y llevado rápidamente a la enfermería para encontrarla vacía pues su personal simplemente estaba ausente. Rápidamente, uno lavó con agua la pierna, otro le encajó al Lucas puberto una regla de madera entre los dientes, otro llegó con un arsenal terrorífico compuesto de algodón, merthiolate (aún se usaba), agua oxigenada y alcohol, mientras el último le sostenía firmemente por las piernas. El terrorista torturador empapó el algodón con los tres líquidos y chisporroteando cual mezcla al punto de ignición, se lo aplicó sobre el gran agujero sangrante que dejó la jabalina. En ese mismo instante, la regla de madera se partió en tres pedazos impidiendo la afloración de un rosario de improperios y recordatorios al autor del disparo tan imprudente y al panzón entrenador.
La hermosísima madre de Lucas fue avisada y nuevamente llegó instantáneamente para dejar a su primogénito en las manos expertas de terroristas profesionales: los médicos de urgencias del Seguro Social.
Una cana mas, amaneció al dia siguiente en la cabeza de Doña Lupita...
El polvoso colegio a donde tenían sentenciado a Lucas, incluía entre sus actividades la práctica del deporte y pretendiendo extenderlo a todas sus esferas (excepto natación, no se puede nadar en el polvo), se les instruía a ese puñado de seres deformes por la adolescencia en carreras, salto de longitud (Lucas por sus antecedentes ganaba siempre), altura (Lucas por su estatura perdía siempre) y entre otras, lanzamiento de jabalina.
Para cuando le era entregada el largo obús, la imaginación tan inquieta del muchachito le transportaba al África salvaje, su piel se tornaba oscura, su uniforme en hojas elongadas que le cubrían apenas sus partes pudendas y el llano yermo se transformaba en selva tropical y tupida. Dado que era menester atravesar algún jabalí o Ñú, la imaginación le llevaba a emplear el máximo de su fuerza posible.
El pitazo que arrojaba el silbato del entrenador, se transformaba instantáneamente en un sonido pajaresco que emitía el médico brujo de la tribu (con máscara y plumas). A esa señal, Lucas imaginaba que conseguía dar en el blanco a distancia y que era menester recoger su arma después de consguida la presa del día.
Pero un golpe brusco en la pantorrilla lo sacó de su ensimismamiento, acompañado de un dolor agudo en la parte trasera de su pierna derecha, lo que lo arrojó al suelo. Al revisar lo sucedido vió una escena repleta de tipos lívidos, incluyendo al panzón entrenador y cerca de él, otra jabalina con la punta colorada por su sangre.
Hasta el Lucas tirado en el polvo llegaron corriendo sus amigos cercanos, el maestro no acertaba ni a correr (era imposible con tremenda barriga) ni a dirigir. Se bloqueó al ver la escena pensando en los titulares del periódico de dia de mañana: NIÑO MUERTO, ATRAVESADO POR UNA JABALINA PERDIDA.
Pero entre cuatro, Lucas fue levantado y llevado rápidamente a la enfermería para encontrarla vacía pues su personal simplemente estaba ausente. Rápidamente, uno lavó con agua la pierna, otro le encajó al Lucas puberto una regla de madera entre los dientes, otro llegó con un arsenal terrorífico compuesto de algodón, merthiolate (aún se usaba), agua oxigenada y alcohol, mientras el último le sostenía firmemente por las piernas. El terrorista torturador empapó el algodón con los tres líquidos y chisporroteando cual mezcla al punto de ignición, se lo aplicó sobre el gran agujero sangrante que dejó la jabalina. En ese mismo instante, la regla de madera se partió en tres pedazos impidiendo la afloración de un rosario de improperios y recordatorios al autor del disparo tan imprudente y al panzón entrenador.
La hermosísima madre de Lucas fue avisada y nuevamente llegó instantáneamente para dejar a su primogénito en las manos expertas de terroristas profesionales: los médicos de urgencias del Seguro Social.
Una cana mas, amaneció al dia siguiente en la cabeza de Doña Lupita...
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