viernes, 29 de agosto de 2008

DE LA CAVA DEL PATRÓN 290808

DE LOS VIEJOS CASTIGOS.

Cuando Lucas estaba en segundo de primaria, su hermosísima madre le obsequió como premio a su esfuerzo escolar, un automóvil en miniatura del Avispón Verde (The Green Hornet).

El auto del Avispón Verde (1966-1967): Chrysler 1966 Imperial LeBaron modificado.

Un carro clásico, manejado por Bruce Lee en la serie. Una de las partes favoritas de la serie era cuando por las noches el Avispón Verde salía de su garaje oculto con este Chrysler. La miniatura que su madre le compró a Lucas, arrojaba una bomba roja por el frente, cuando al oprimir una palanca en un costado, bajaba la parrilla y un segundo toque de la misma palanca arrojaba la bomba que era propulsada por un resorte.

Fascinado, chorreando imaginación y aventuras hasta por las orejas, Lucas llevó escondido en su mochila tan apreciado juguete. La clase matutina era impartida por una monja que solo dejaba ver el rostro y sus manos, el resto estaba cubierto por largas prendas que después le fue dicho a Lucas que eran llamados hábitos, lo que solo lo confundió pues él sabía que había buenos y malos hábitos. ¿De cuales serían los de la monja? Pero estaban acomodados de tal forma que siempre equiparó a su maestra con una pingüino, que veía en los pastelitos que devoraba durante el recreo.

En esos primeros minutos de clase, la susodicha religiosa conseguía mantener a los niños en orden, pues era un colegio masculino, aún no se introducían las delicias de los aromas, maneras y cepillos que aportarían más tarde las niñas. Así que durante los primeros instantes de la clase, Lucas le mostró por lo bajo de su pupitre la fascinante máquina a su compañero de banca, quien abriendo los ojos desmesuradamente pidió verlo, lo que fue negado rotundamente. Sin embargo, una segunda palanca fue descubierta por su propietario, quien absorto por una posibilidad de emoción y aventura, decidió oprimirla sin percibir que se acercaba la maestra al notar el cuchicheo entre los dos escolapios. Al mismo tiempo en que arribaba la monja, la palanca cedió a la presión abriendo la cajuela y disparando unas aspas de helicóptero que remontaron ágilmente hacia el techo del salón, provocando un ¡Oh! generalizado de los alumnos seguido de una carcajada general, una pingüino que subió y bajó la cabeza observado el aparato volador no identificado y una señal de tristeza cuando confiscó ni mas ni menos que el auto del Avispón Verde.

El castigo fue desmedido, un coscorrón, un tirón de oreja a manera de correa para depositar a Lucas de frente a la pared y sometimiento a tortura alzando un par de libros en cada mano durante una eternidad, formando un crucifijo. Afortunadamente, la hermosísima madre de Lucas se batió en una esgrima verbal poco común ante la pingüino, quien cedió ante un posible bolsazo por haber dañado a su primogénito. Orgulloso, Lucas recibió su auto nuevamente y un buen regaño al llegar a casa.

Pero en su mente, Kato y el Avispón estaban nuevamente en las calles persiguiendo criminales. Eso era vivir, saborear, disfrutar. La pingüino fue olvidada por el resto de la tarde.

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