viernes, 22 de abril de 2011

DE LA CAVA DEL PATRÓN. Charleston.


¡Bailemos Charleston, Charleston! era la cantaleta que le enseñaron a Lucas en el kindergarten. Menos de 6 años, bigote pintado por su hermosísima Madre con el lápiz delineador de cejas, corte de pelo pulcro, saco de colores en rayas verticales y corbata de moñito, coronado con un sombrero de carrete, debía cantar y bailar el Charleston.

Aunque se sentía terríblemente ridículo, había que formar parte del grupo de pequeños que debían presentar la coreografía de 40 años de edad (recordemos que esa música estuvo en su apogeo en la década de los veintes) y era el homenaje que alguna mente femenina concibió "lindo" presentar en el festival del día de la madre.

Día tras día, contra los deseos de los pequeños inquietos debían aprender a saludar con el carrete, caminar alegremente y hacer el paso más conocido chocando y alejando las rodillas entre sí mientras las manos se cruzaban sobre ellas.

Todas y cada una de las festejadas se esmeraron en completar la vestimenta y pulir el apariencia de su joven artista, corriendo de una casa comercial a otra, cruzando la ciudad (que en ese tiempo no era la odisea actual) y cumpliendo en tiempo y forma con lo requerido por el colegio.

El día en cuestión era natural encontrar a muchos niños con sus madres, pues los padres estaban atados al trabajo y era impensable un permiso para asistir a un evento de tal corte. Lucas veía a su hermosísima Madre con ojos de orgullo y amor, mientras recorría el escenario brincando, bailando y cantando:

Bailemos Charleston, Charleston...

Jijos, lo que le ponen a uno a hacer de chiquito. Rayos...

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