viernes, 2 de abril de 2010

DE LA CAVA DEL PATRÓN. Avena Canina.


Durante el tiempo en que Lucas vivió con sus padres, era el encargado de darles de comer a los perros que compartieron el hogar. Eran dos alimentos al día, un desayuno y una comida.

La hermosísima Madre de Lucas preparaba lo necesario y se lo entregaba al inquieto muchacho para que lo distribuyera en los platos, que debía lavar previamente.

Si bien, no le molestaba a Lucas esa tarea, la del desayuno era la que más le agradaba pues Doña Lupita elaboraba avena cocida en agua, con canela y azúcar que al parecer de nuestro niño, era deliciosa. Así que acostumbraba comerle algunas cucharadas antes de servirla, a escondidas de los ojos maternos.

Una mañana fría en que le fué entregado el plato humeante y espeso de la avena cocida, la colocó en la pileta del lavadero para que soltara calor y estuviera adecuada para los canes. Y a cucharadas, fué tomando lo que apetecía cuando sintió una mirada penetrante e inquisidora a sus espaldas. Con la cuchara aún en la boca, volteó y observó a su madre, que le juzgaba con la vista reprobatoria.

Y llegó al perorata, la diatriba que arrancó con un "mira nada más, como te comes eso, es para los perros, yo te hago mejor una con leche. Deja eso, es para los animales, etcétera, etcétera", concluyendo con un buen jalón de orejas. Sin embargo, Lucas no deseaba otra más que la de los perros, era buena, sabrosa y de caldo grueso. La de leche era muy sabrosa pero le sabía más a un champurrado.

Pero a partir de ése día, le fué prohibida la ingesta de esa avena quedando en su recuerdo y a la fecha, cuando desea remontarse a su pasado, Lucas la prepara con agua.

Ah, caramba. Pues no se le quitó con ese regaño esa costumbre. Válgame, Dior.

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