EL FEMINARIO. La Malinche
MALINTZIN (1500?-1550). India (indígena) mexicana originaria de Paynala, en la región de Coatzacoalcos, guapa y de muy apetecibles proporciones (90-60-90), fue hija única de un poderoso cacique, vasallo del emperador Moctezuma. Al morir el padre, Malinalli (que así se llamaba la niña) aún era muy pequeña, pero por derecho le correspondía heredar el poder. Su madre, sin embargo, fungió como regente y pronto casó en segundas nupcias con un joven guerrero, de quien tuvo un hijo. Para asegurar la herencia del nene, el joven guerrero vendió a su hijastra a unos mercaderes de Xicalango, que a su vez la revendieron -como si fuera boleto de toros o de teatro- al cacique Tabzcoob, de Tabasco.
A principios de 1519, después de una feroz batalla entre indios y españoles en las márgenes del Grijalva, Tabzcoob quiso congraciarse con los vencedores y para el caso les obsequió veinte esclavas, entre ellas a la hermosa Malinalli. A pesar de que en un principio le tocó al capitán Alonso Portocarrero, pronto Hernán Cortés la reclamó para sí, ya que la muchacha hablaba tanto el náhuatl como el maya y de esta manera podía servirle de intérprete, a través del náufrago Jerónimo de Aguilar, que hablaba el maya y el español. Desde entonces la Malinche -como la llamaron los hispanos por deformación lingüística del nombre Malintzin- fue la fiel compañera del conquistador. No sólo le peinaba la barba, le echaba sus gordas de maíz, le curaba su pulquito y las crudas que éste le producía (pues a falta de tintorro de Valdepeñas, don Hernán se había aficionado al tlachique o neutle), le limpiaba y aceitaba la armadura, le traía chismes del campo indígena y de paso le dio un hijo, que se llamó don Martin Cortés.
No obstante, cuando llegó de Cuba -y no es canción- la mujer legíitima de don Hernando, la feroz doña Catalina Xuárez, la Marcayda, ésta de inmediato le cobró gran antipatía y tremendos celos a Malinalli, obligándola a liar su petate y a buscar otra colocación. Cortés se la recomendó muy ampliamente a su subordinado Juan Jaramillo, quien no tuvo inconveniente en casarse con ella. Para entonces ya había sido convertida al catolicismo y bautizada con el nombre de doña Marina.
Muy vituperada por la posteridad, al grado de haberse constituído en símbolo de traición, de entreguismo y de servilismo ante todo extranjero -el tan llevado y traído malichismo, por cierto muy extendido por todo México durante más de cuatro siglos-, esta pobre mujer en realidad fue precursora del beisbol, tanto así la batearon y pasó de mano en mano, como la pelota: de su madre a su padrastro, del padrastro a los mercaderes de Xicalango, de los mercaderes al cacique Tabzcoob, del cacique a Portocarrero, de Portocarrero a Hernán Cortés y de éste al "catcher" Jaramillo, que por fin se quedó con ella. Marco A. Almazán.
Para cerrar, el consejo de un hombre sabio que terminó solo sus días:
" A la mujer, ni todo el amor ni todo el dinero".
Claro, ninguna quiso quedarse...
A principios de 1519, después de una feroz batalla entre indios y españoles en las márgenes del Grijalva, Tabzcoob quiso congraciarse con los vencedores y para el caso les obsequió veinte esclavas, entre ellas a la hermosa Malinalli. A pesar de que en un principio le tocó al capitán Alonso Portocarrero, pronto Hernán Cortés la reclamó para sí, ya que la muchacha hablaba tanto el náhuatl como el maya y de esta manera podía servirle de intérprete, a través del náufrago Jerónimo de Aguilar, que hablaba el maya y el español. Desde entonces la Malinche -como la llamaron los hispanos por deformación lingüística del nombre Malintzin- fue la fiel compañera del conquistador. No sólo le peinaba la barba, le echaba sus gordas de maíz, le curaba su pulquito y las crudas que éste le producía (pues a falta de tintorro de Valdepeñas, don Hernán se había aficionado al tlachique o neutle), le limpiaba y aceitaba la armadura, le traía chismes del campo indígena y de paso le dio un hijo, que se llamó don Martin Cortés.
No obstante, cuando llegó de Cuba -y no es canción- la mujer legíitima de don Hernando, la feroz doña Catalina Xuárez, la Marcayda, ésta de inmediato le cobró gran antipatía y tremendos celos a Malinalli, obligándola a liar su petate y a buscar otra colocación. Cortés se la recomendó muy ampliamente a su subordinado Juan Jaramillo, quien no tuvo inconveniente en casarse con ella. Para entonces ya había sido convertida al catolicismo y bautizada con el nombre de doña Marina.
Muy vituperada por la posteridad, al grado de haberse constituído en símbolo de traición, de entreguismo y de servilismo ante todo extranjero -el tan llevado y traído malichismo, por cierto muy extendido por todo México durante más de cuatro siglos-, esta pobre mujer en realidad fue precursora del beisbol, tanto así la batearon y pasó de mano en mano, como la pelota: de su madre a su padrastro, del padrastro a los mercaderes de Xicalango, de los mercaderes al cacique Tabzcoob, del cacique a Portocarrero, de Portocarrero a Hernán Cortés y de éste al "catcher" Jaramillo, que por fin se quedó con ella. Marco A. Almazán.
Para cerrar, el consejo de un hombre sabio que terminó solo sus días:
" A la mujer, ni todo el amor ni todo el dinero".
Claro, ninguna quiso quedarse...
Etiquetas: 240709, EL FEMINARIO
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