viernes, 4 de febrero de 2011

DE LA CAVA DEL PATRÓN. El Roñol.


Después de que Lucas empezó a trabajar formalmente a sus 17 años para una institución financiera (que por cierto financió la construcción del estadio Jalisco de futból), consideró la loca idea de comprar un auto. Las razones eran: la lejanía de la casa y el trabajo, la independencia de movimiento, la reducción de costos y que carambas, algún día habría que comprarse uno se dijo internamente.

Solicitó informes en el departamento de personal de su trabajo y se enteró que debería cumplir al menos un año de laborar ahí, por lo que abonó una gran cantidad de paciencia y mientras, analizó las posiblidades, ya que por su nivel de sueldo (casí escribo suelo pues por ahí estaba) no alcanzaba para comprar uno nuevo. Y las opciones de los usados, se centraban en los realmente viejos.

Al mismo tiempo, asistía a la escuela preparatoria durante la noche. Y en compañía de sus amigos se enteró que uno de ellos supo de una oportunidad estando cerca de cumplir el plazo de espera. Un vecino suyo vendía (más bien, remataba) un auto en condiciones muy baratas. Cuatro puertos, motor de cuatro cilindros, rendidor y en buen estado. El precio era de $6,000.00 y la marca, Renault. El modelo era un Dauphine 1964, auto que al salir al mercado lo hizo a todo lujo. Sin embargo, ya había vivido sus mejores tiempos y aunque efectivamente estaba en estado decente aún, la edad se le había venido encima.


Con un palo de escoba detuvo el respaldo del copiloto, con una tapa de garrafón de agua cubrió la toma de combustible y con el sobrante del préstamo personal, compró un autoestereo y bocinas que instaló durante el primer fin de semana en que lo llevó a casa.

Lo lavó, aunque notó que era peligroso frotarlo con vigor pues se llevaba el trapo la pintura rojo óxido que aún le quedaba en la superficie. Se dedicó a reparar las luces, las luces direccionales pero su orgullo era el autoestéreo. Lucas podía escuchar música a su gusto cerca y lejos de casa sin que su hermosísima Madre censurara sus gustos. Sus amigos, estaban encantados pero mucho más divertidos viendo a semejante carromato llegar. Sin claxon que sonar, todos coincidieron que el nombre tan particular del auto sería EL ROÑOL.

Jijos de su mal dormir...

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