viernes, 26 de noviembre de 2010

DE LA CAVA DEL PATRÓN. Campamento.

Durante su paso en la juventud, Lucas convivió con una serie de personajes salidos de novelas, caricaturas e incluso programas de TV. De saborear aventuras infantiles plagadas de imaginación y creatividad, entraron bruscamente a la realidad.

Y entre ellos se gestó la idea de hacer un campamento durante las vacaciones primaverales (llamadas por acá "semana santa" que carece totalmente de precisión pues dura 4 días, que no una semana y dista diametralmente de lo santo) por lo que se dedicaron a conseguir tiendas, mochilas, enseres de cocina, lámparas y comida pues la bebida se compraría en el lugar.

Entusiasmados por la perspectiva por venir, abordaron un autobús que les llevara a Valle de Bravo en el estado de México, una cuenca inundada por la creación de una presa a fin de generar electricidad rodeada de montañas espectaculares y un pueblo pintoresco. Previo permiso materno con su respectiva "cartilla" leída al dedillo, salió con sus amigos hasta arribar al pueblo donde adquirieron lo que su dinero pudo pagar, un par de botellas de vodka barato y jugo de piña.

Una vez escogido el sitio, se armó el campamento basado en la presunta destreza y experiencia de los que habían hecho eso con sus padres en el pasado. Experiencia que probó ser una mera presunció pues con la primera lluvia hubo que reubicarlo y reorientarlo para evitar que entrara el agua que corría a raudales precisamente en donde se apostaron.

Se dividieron las tareas correspondiendole a Lucas y a otro chico la de alta importancia, conseguir leña para la fogata y poder cocinar la cena. Instalados, apertrechados y con la cena en proceso, salió la guitarra bajo un manto estelar y un frío que pelaba los dientes. Estando en esa bucólica atmósfera, de repente se acercó tambaleandose un individuo flaco, andrajoso y desgreñado saludando en 360º para no cometer omisiones y solicitó de los muchachos ayuda para obtener mariguana que fumar (por lo que se le apodó el cucaracho). Las miradas se cruzaron rápidamente y Lucas decidió levantarse, acudir a la "alacena" (sitio bajo un flanco de una de las tiendas) donde sacó un envoltorio de papel aluminio y se lo entregó al cucaracho que al desenvolverlo arrugó la nariz y lo devolvió con éstas palabras: "A mí no me engañas, ésto no es mariguana". Claro, era orégano para cocinar. Pero no cayó en la trampa.

Y al referirle a su familia el suceso, se adoptó la frase durante muchos años para advertir que alguien no estaba diciendo la verdad.

Ah jijos, lo que uno ve al salir de casa.

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