viernes, 15 de octubre de 2010

CIBERCIENCIA. Ataque Absurdo.


Con sólo imaginar la escena, los pelos se ponen de punta y reconocemos con facilidad la tontería de hacer algo así. La Estación Espacial Internacional o una nave interestelar cuya tripulación en vez de limpiar el aire, se dedique a ensuciarlo; la basura en vez de reciclarla, permitan que se acumule y afecte la higiene de todos; que los desechos, détritos y sustancias contaminantes atasquen los sistemas y motores; que exista alguno de ellos lo suficientemente torpe como para acumular para sí mismo comida y agua.

Es obvio que tarde o temprano, estallará una dificultad gigantesca que ponga en riesgo la existencia de esa tripulación. Por ello es que se planean cuidadosamente los sistemas y procedimientos de equilibrio, renovación, recolección, higiene, alimentación, navegación, reparación y un gigantesco etcétera.

No se necesita ser un genio para reconocer que si no se limpia el aire dentro de esa nave, se asfixiarán los cosmonautas; los restos de comida, bebidas, desechos humanos y actividades científicas se deben procesar adecuadamente con el fin de cancelar problemas evitables.

Y es por eso que no logro comprender ni en un miligramo (como decía mi Padre) como es que permitimos, solapamos e incluso colaboramos en la contaminación, afectación y destrucción de nuestra propia nave, de la estación espacial que nos transporta por el sistema solar protegiéndonos de radiaciones, polvo estelar, fragmentos, meteoritos, asteroides y muchos peligros más. Ésta nave no solo nos mantiene a salvo de muchos peligros, nos alimenta, nos procura estabilidad, cobijo y facilita la vida a los humanos y a miles de especies más.

Es por ello que no comprendo cómo es que seguimos golpeando sistemáticamente a LA TIERRA, nuestro único planeta. Vagamos por el universo en él, no necesitamos de nada más pero absurdamente lo estamos destruyendo hasta que un cataclismo acabe con nosotros y lo dejemos en paz, para que se renueve con las especies sobrevivientes, que la nuestra formará parte de una historia no contada. Los países más ricos se niegan a detener de una buena vez las toneladas de emisiones contaminantes que sus industrias multimillonarias arrojan al aire. Los países pobres insisten en esfuerzos fatuos para no desarrollar nuevos sistemas, conciencias y bienestar para sus habitantes. El cambio climático es una realidad y en vez de trabajar duro para detenerlo, lo impulsamos.

¿Por qué somos tan torpes?

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