viernes, 30 de abril de 2010

DE LA CAVA DEL PATRÓN. Bote Pateado.


Las tardes de vacaciones transcurrían entre risas y juegos. Y precisamente, Lucas y sus amigos disfrutaban cuando el sol caía, del BOTE PATEADO. Una lata era colocada, sorteado el buscador y al patear el bote lejos, iniciaban todos el acto de esconderse. Dado que la penumbra ayudaba al escondrijo, se tornaba difícil encontrar a todos quienes se parapetaban tras los autos, árboles, arbustos y cualquier cuerpo que ocultaran sus cuerpos infantiles.

Lucas usaba su imaginación tan fértil para esconderse, subiéndose a los árboles, a los postes telefónicos y su sitio favorito era el arco que construyó su padre, el recio Ing. Saint-Martin en la entrada de su casa. Trepaba por la pared y se acostaba sobre el arco. Dado que dos pinos habían sido forzados a seguir la línea curva. Nadie lograba encontrarlo ni descubrir su escondite favorito. Desde ahí se descolgaba para patear el bote y darle vida a sus compañeros que habían sido encontrados.

Y por su naturaleza inocente, el juego era capaz de ser disfrutado por niños y niñas, ya que no había necesidad de contacto, fuerza o destreza.

Pero quien más lo disfrutaba era el padre de una de las niñas jugadoras, una chica rubia, alta y de aspecto escandinavo. Su padre, un suizo llegado al continente americano, científico, calvo, alto y de pocas palabras, acostumbraba salir con su lámpara de baterías para iluminar a los escondidos, generando un ruido extraño que a su decir, era una carcajada; y el coraje de sus hijas y de todos los localizados al amparo de su haz de luz.

Pero jamás pudo encontrar a Lucas, por más que intentó alumbrar a todos los sitios posibles. El niño siempre se ocultó perfectamente y sólo bajaba subrepticiamente para patear el bote.

Ese fué el coraje del Dr. Herz, ah mein Herz, el doctor corazón que quiso ser niño otra vez. Y lo venció un niño.

Pero que niño, pá su...

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