viernes, 16 de abril de 2010

DE LA CAVA DEL PATRÓN. Acorralado.


Lucas respondió al compromiso que hizo con su padre, el recio Ing. Saint-Martin de cubrir sus estudios a partir de su educación preparatoria, entrando a trabajar a una financiera en el centro de la capital del país, desde donde observaba día a día los principales monumentos y sitios históricos que difinieron mucha de la vida nacional.

Y el trabajo, a su corta edad, era de mensajero, de transportador de recados, documentos, valores y entrega de títulos a clientes imposibilitados de acudir a la oficina. Uno de ellos, era el director de una escuela comercial para señoritas que estudiaban la carrera de secretaria ejecutiva. Dada la necesidad de permanecer en el colegio, el director no podía acudir a la oficina a firmar, recoger, cobrar o recibir documentos, dinero o títulos. Así que solicitaba que le fueran entregados en su oficina que distaba apenas unas decenas de metros de la financiera.

Un día como tantos, Lucas se presentó a trabajar a tiempo, vestido de saco y corbata como le exigía su labor. Y el gerente lo llamó a su despacho donde le dio instrucciones de entregarle al gerente de la academia un cheque. Lucas lo solicitó a la secretaria quien le hizo firmar la entrega, lo guardó en su portafolios y dirigió sus pasos hacia la oficina del director de la escuela.

Llegó al edificio, uno antiguo como casi todos los que poblaban el lugar y subiendo unas escaleras estrechas y oscuras, llegó al segundo piso y abrió la puerta de entrada al colegio que sorpresivamente tenía un amplio patio techado, bañado con luz solar desde sus tragaluces. La puerta se le escapó a Lucas y se azotó fuertemente, avisando a todo el recinto que había entrado el muchacho. Múltiples cabezas se asomaron desde las diferentes puertas de los salones, mostrando distintos peinados y colores femeninos, ojos azorados y divertidos, muecas pícaras y sonrisas de juventud.

Lucas se dirigió con paso firme y decidido hasta el final del patio donde estaba la oficina del director, quien firmó de recibido y agradeció el servicio. Lamentablemente para nuestro inexperto mensajero, antes de salir de la institución se dió el aviso del momento de recreo para las escolapias quienes poblaron el patio como estación del subterráneo en hora pico. Así que nuestro chico se vió subitamente rodeado por una infinidad de traviesas adolescentes que profirieron piropos a velocidad cada vez más alarmante, alabando lo bien vestido de Lucas, su cabello largo pero correctamente peinado, sus bigotito y sobretodo, su presencia.

Claro que todo obedecía a un juego juvenil, pero éste se tornó difícil de soportar cuando fué acorralado poco a poco hasta un rincón donde las más osadas pretendían robarle desde un beso hasta un mechón de cabello. Y para evitar cualquier intento de fuga, la barrera de mujercitas cerró la puerta, único escape posible para el muchacho. Hasta que el alboroto fué tal que obligó al director a salir y enterarse del asunto. Descubrió a su representante bancario a punto de sucumbir ante las fauces del amor, cuando con fuerza digna de los dirigentes, logró sacar a Lucas de la trampa mortal.

El muchacho se vió de pronto en la calle, sudando copiosamente, acalorado como una caldera y con la cabeza aún dándole vueltas.

Ah, las mujeres. Una sola, inofensiva. Pero sumadas en número, ay de aquel que se vea victimado por su hambre juguetona. Juego de amor, de picardía, pero de elevadas dosis de adrenalina.

Lucas, lo probó y a pesar de ser incómodo, le gustó. Vaya si le gustó.

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