viernes, 29 de enero de 2010

DE LA CAVA DEL PATRÓN. La Tierra de Disney.


La entrada era impactante, con un hermoso reloj hecho de flores y plantas. Tan sólo con ver las taquillas, a Lucas le recorrió por todo el cuerpo una sensación arrebatadora e indescriptible. Estaban a punto de entrar a Disneylandia.


Toda la familia se reunió detrás del padre, el recio Ing. Saint-Martin, quien adquirió el pase familiar y después de ser contados y revisados, todos dieron el paso al interior. Nuestro niño quiso correr desaforadamente por todos los lugares, ver todo, subirse a todo, comer de todo, probarlo todo y comprarlo todo. Pero la realidad es que al ser un pase familiar, tenía que ir al paso familiar. Lo que podía hacer por su cuenta, era absolutamente nada.

Sin embargo, consiguió que la familia encaminara su ruta hacia el tierra del mañana (Tomorrowland) pues la pasión de Lucas por los viajes espaciales, el universo y el porvenir fué suficiente para acallar las voces de sus hermanos menores que querían visitar los juegos más ñoños.

Así se trepó a un cohete, viajó por el tiempo visitando desde dinosaurios hasta ciudades construidas en estaciones espaciales. Recorrió lo que más pudo hasta que la órden paterna se escuchó como un rugido: ¡Basta, vámonos a otro lado!


Lucas entró a una autopista, recorrió en un tronco la cima del Matterhorn, subieron a un bote que los llevó pasiva y pesadamente por una muy aburrida tierra de la aventura (Adventureland), donde había hipopótamos tan emocionantes como la clase de literatura en su escuela, elefantes que se agitaban tanto como una fuente de cantera, pájaros que giraban ligeramente la cabeza y sacaban un graznido metálico parecido a un gramófono; la tiera de la aventura, apestaba.

Pero lo peor vino cuando lo metieron a un botecito que iba ligeramente más rápido que el andar cancino de las ancianas, teniendo como misión cuidar a Editho, su hermana menor mientras recorrían un sinfin (auténticamente) de quietos muñequitos "animados" (así lo decía ahí) cantando en cuanto idioma se les ocurrió "it´s a small world after all". Chanclas, que aburrición.

Tan pronto terminó el recorrido que parecía nunca acabar, saltó, entregó a su hermana en los brazos de su hermosísima Madre y huyó hacia la zona de tiendas. Compró una pluma grande y gorda, una gorra, una caricatura y cuando la familia lo alcanzó se metieron a un restaurante a comer trozos de algo similar a esponjas y plásticos que los güeros le llaman "hamburgers and chips". Puagh, asquerosas.

Pero inició el desfile y después de largos, pero largos minutos, pudo llegar a donde tanto deseaba entrar: The Haunted Mansion (La Mansión Embrujada). Casi una hora después de hacer fila, consiguió subir a su hermano Lelo al sillón de respaldo alto que efectuaba el recorrido; ambos niños fueron apresados por un bastón que impedía tomar alguna iniciativa fuera de programa y les condujo al través de la decrépìta construcción. Manos, cuchillos, marros, espadas y toda clase de artilugios se presentaron para espantar a Lucas, pero ese niño era de una clase poco espantable. Hasta que repentinamente el sillón giró para colocar a sus ocupantes frente a un largo espejo, que devolvía su imágen con un fantasma verdoso entre ambos. Olé, eso si era digno de aplaudirse pues al voltar a verse los dos infantes, solo el aire ocupaba el sitio entre ellos. Pero en el espejo, claramente se podía ver a esa figura que los miraba, hacía gestos y trataba de agarrarlos.

La noche cayó al igual que las luces que se desprendían al estallar los fuegos artificiales por encima del sobrecargado castillo de la Cenicienta. Y las aventuras cobraron su factura que era pagada con bostezos, cabezasos y ardorosos deseos de ir a dormir.

El trailer les esperaba para una nueva aventura al día siguiente.

Valió la pena.

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