viernes, 10 de diciembre de 2010

EL FUMARIUM. Lorenza





Después de pasar una semana entre el Estado de México y el Distrito Federal, tomé pasada la una de la tarde el autobús que me conduciría al aeropuerto de Toluca. El camino fue tortuoso ya que debido a las obras y a la coagulación vial, el tiempo se duplicó. A pesar de la dificultad, el avión fue abordado sin demora y con el pasaje completo.

Instalado en mi asiento, me dispuse a disfrutar de la vista fantástica de mi país pues el clima era despejado y sin turbulencias. Observé la terrible y asquerosa nata oscura que bloqueaba la vista sobre el valle donde se asienta una de las ciudades más grandes del planeta, pude ver con claridad la línea costera de Veracruz que ayuda a describir la curvatura del Golfo de México, encontré que estaban las nubes aborregadas, pero la caída del sol hizo difícil contemplar más.


El aterrizaje fue distinto al común, bajando desde el mar hacia tierra por la dirección del viento en la nueva pista que te hace cruzar sobre un puente la carretera que conduce al aeropuerto, donde acudió puntual a la cita mi vecino David. Para cerrar el colmo vial, el blindaje policial en Cancún, amén de los conciertos en la Villa Ecológica, obligaron a rodar despacio pero constante. Arribé a casa finalmente a las 7 de la noche.

En la puerta estaba Lorenza, mi perra Golden Retriever en un descanso pesado; pero el indicio de que algo estaba mal se presentó cuando ni mi voz o el ruido al abrir la reja hizo que se moviera, tan sólo levantó una ceja. Observé que tenía muy abultado el abdómen por lo que apenas metí mis maletas y corrí a observarla; su respiración era muy pesada y los movimientos casi nulos. Marqué a casa de mi hermana que estudió veterinaria y me sugirió que caminara para provocar movimiento intestinal, le diera un antiácido y que intentara una punción abdominal si lo anterior no funcionaba.

Pasadas las ocho de la noche, se tomó la decisión de ir a verla y hacer varias punciones. Estando relajada del adbómen, decidió mi cuñado René que era tiempo de meterla a su perrera, conectarle una botella de suero y dejarle una cánula insertada en el abdómen para hacer las veces de válvula de alivio. La dejamos calmada cerca de media noche.

A la mañana siguiente, mi primer pensamiento estuvo dedicado a ella, bajando a observarla pero la encontré fría, sin vida pues se giró durante la noche ocluyendo la canalización del suero y tapando la válvula llenandose el abdómen de gas, acabando con su vida.

Se me fué otra compañera hermosa de juegos, de cariño y amor. Se fué un alma gentil y aunque siento su ausencia, tener es perder algún día, así como vivir es morir.

Ciao, Lorenza.

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