DE LA CAVA DEL PATRÓN: Campamento con Pompillo
Las mentes calenturientas de los pubertos Lucas y sus cuates les orilló a fraguar un plan que a sus 12 años permitiera satisfacer su curiosidad sobre la sexualidad y lo que le rodea. Cabe aclarar que esa edad en los chicos se dió en los inicios de los setentas por lo que aún era cerrado el discutir sobre esos temas. Ni el cine, ni la TV, ni las publicaciones tenían permiso de arrojar luz a tamaña ignorancia.
Así que se gestó sin mucho esfuerzo una noche de amigos y libertad de discusión en forma de campamento en el jardín de alguno de ellos. Pompillo, por ser hijo único, estar castigado y ser el que tenía casa de campaña, promovió realizar el campamento sexo-informativo-privado en su jardín.
Solicitaron los permisos respectivos para que la noche de un viernes de verano cobijara la intimidad adolescente de 3 imberbes que evidenciaban sus cambios hormonales con barritos en el rostro. Emocionante fue el lento transcurrir de los días, gestando ideas y expectativas, contando las horas que faltaban camino a la escuela, en clases, en el recreo, a la salida y por la noche.
Lentas, pero inexorablemente pasaron las horas hasta que la campana escolar marcó el final de las clases en esa semana, la tarde del viernes hizo su aparición alborotando a los integrantes de la sexoexpedición rumbo a lo ignoto.
Con sendas maletitas, aparecieron Lucas y el Joaco en casa de Pompillo tan pronto sus Madres los soltaron, siendo recibidos por Pompillo y su Mamá. Rápidamente fue leída la cartilla de casa, advertidos los recién llegados e indicado el sitio para instalar la carpa. Pronto, quedó en pie y lista para acomodar los objetos personales de los tres chamacos.
En un alarde de distracción conjunta, se llevó a la tienda de contrabando el libro que era motivo de todo el esfuerzo: "De Donde Vienen los Niños", editado en colores pastel y con muñequitos de cartón recortado para evitar el bochorno de pagarle a modelos que mostraran explícitamente las explicaciones inherentes al título.
Entre bromas, ansiedades, chistes y acomodos, llegó finalmente la noche. Después de cenar "jotqueics" con miel de abeja y leche fría, llegó la hora de bajar el cierre por dentro de la carpa. Para calmar antojos nocturnos, se les dotó de un tarro de mantquilla de cacahuate y sus padres se despidieron de Pompillo y sus secuaces. Con el apoyo de una lámpara de baterías, pudieron finalmente los chicuelos hojear el libro disfrutando mas de sus fantasías que de los cromos, ya que eran para mentalidades kinderescas.
Los minutos transcurrieron y llegó el momento de dormir, aunque quedaba tiempo para una broma. Lucas había estado atacando indiscriminadamente la mantequilla de cacahuate, Joaco la desdeñó como todo lo que no era cocinado por su mamá y Pompillo no aceptó meterle el dedo. Así que no bien se durmió Joaco, le untaron los dos traviesos, mantequilla entre los labios, a lo que él respondía con gestos que arrancaban carcajadas en Pompillo y Lucas.
Cuando todas las luces se apagaron, se encendieron los focos rojos en Lucas, pues un retortijón anunció el abuso que hizo en la ingesta de la mantequilla de cacahuate. Intentó soportar el embate de los espasmos y cuando no pudo mas, despertó a Pompillo para avisarle sobre su malestar estomacal y la proximidad de la evacuación. Dada la condición de sueño profundo, Pompillo no pudo asistir a Lucas quien decidió salir de la tienda para buscar la entrada al baño, pero al estar cerrada la casa, vinieron las deposiciones líquidas en la jardinera contigua a la cocina.
Una vez avisado a Pompillo que ya había salido todo, despertó al imaginar la furia materna si se diera cuenta del asunto, por lo que ayudó a Lucas a tirar por sobre la barda las excreciones cacahuatescas, con un recogedor y un rápido movimiento de muñeca.
Pero al día siguiente, la furia cayó como se imaginaba: el movimiento de muñeca no fue suficientemente hábil y la materia del desaguisado, estaba depositada obsenamente a todo lo alto de la barda, evidenciando un daño mayor que lo ocurrido.
Los chavitos fueron obligados in-me-dia-ta-men-te a lavar con manguera y cepillo la barda, a recoger la tienda y fueron expulsados a sus respectivas casas, no sin antes recibir un terrible vituperio sobre las groserías y las bromas pesadas.
El objetivo se cumplió, aunque no hubo un final feliz. Pero todo se olvidó al siguiente fin de semana. Ah, la vida a los 12...
Así que se gestó sin mucho esfuerzo una noche de amigos y libertad de discusión en forma de campamento en el jardín de alguno de ellos. Pompillo, por ser hijo único, estar castigado y ser el que tenía casa de campaña, promovió realizar el campamento sexo-informativo-privado en su jardín.
Solicitaron los permisos respectivos para que la noche de un viernes de verano cobijara la intimidad adolescente de 3 imberbes que evidenciaban sus cambios hormonales con barritos en el rostro. Emocionante fue el lento transcurrir de los días, gestando ideas y expectativas, contando las horas que faltaban camino a la escuela, en clases, en el recreo, a la salida y por la noche.
Lentas, pero inexorablemente pasaron las horas hasta que la campana escolar marcó el final de las clases en esa semana, la tarde del viernes hizo su aparición alborotando a los integrantes de la sexoexpedición rumbo a lo ignoto.
Con sendas maletitas, aparecieron Lucas y el Joaco en casa de Pompillo tan pronto sus Madres los soltaron, siendo recibidos por Pompillo y su Mamá. Rápidamente fue leída la cartilla de casa, advertidos los recién llegados e indicado el sitio para instalar la carpa. Pronto, quedó en pie y lista para acomodar los objetos personales de los tres chamacos.
En un alarde de distracción conjunta, se llevó a la tienda de contrabando el libro que era motivo de todo el esfuerzo: "De Donde Vienen los Niños", editado en colores pastel y con muñequitos de cartón recortado para evitar el bochorno de pagarle a modelos que mostraran explícitamente las explicaciones inherentes al título.
Entre bromas, ansiedades, chistes y acomodos, llegó finalmente la noche. Después de cenar "jotqueics" con miel de abeja y leche fría, llegó la hora de bajar el cierre por dentro de la carpa. Para calmar antojos nocturnos, se les dotó de un tarro de mantquilla de cacahuate y sus padres se despidieron de Pompillo y sus secuaces. Con el apoyo de una lámpara de baterías, pudieron finalmente los chicuelos hojear el libro disfrutando mas de sus fantasías que de los cromos, ya que eran para mentalidades kinderescas.
Los minutos transcurrieron y llegó el momento de dormir, aunque quedaba tiempo para una broma. Lucas había estado atacando indiscriminadamente la mantequilla de cacahuate, Joaco la desdeñó como todo lo que no era cocinado por su mamá y Pompillo no aceptó meterle el dedo. Así que no bien se durmió Joaco, le untaron los dos traviesos, mantequilla entre los labios, a lo que él respondía con gestos que arrancaban carcajadas en Pompillo y Lucas.
Cuando todas las luces se apagaron, se encendieron los focos rojos en Lucas, pues un retortijón anunció el abuso que hizo en la ingesta de la mantequilla de cacahuate. Intentó soportar el embate de los espasmos y cuando no pudo mas, despertó a Pompillo para avisarle sobre su malestar estomacal y la proximidad de la evacuación. Dada la condición de sueño profundo, Pompillo no pudo asistir a Lucas quien decidió salir de la tienda para buscar la entrada al baño, pero al estar cerrada la casa, vinieron las deposiciones líquidas en la jardinera contigua a la cocina.
Una vez avisado a Pompillo que ya había salido todo, despertó al imaginar la furia materna si se diera cuenta del asunto, por lo que ayudó a Lucas a tirar por sobre la barda las excreciones cacahuatescas, con un recogedor y un rápido movimiento de muñeca.
Pero al día siguiente, la furia cayó como se imaginaba: el movimiento de muñeca no fue suficientemente hábil y la materia del desaguisado, estaba depositada obsenamente a todo lo alto de la barda, evidenciando un daño mayor que lo ocurrido.
Los chavitos fueron obligados in-me-dia-ta-men-te a lavar con manguera y cepillo la barda, a recoger la tienda y fueron expulsados a sus respectivas casas, no sin antes recibir un terrible vituperio sobre las groserías y las bromas pesadas.
El objetivo se cumplió, aunque no hubo un final feliz. Pero todo se olvidó al siguiente fin de semana. Ah, la vida a los 12...
Etiquetas: CAMPAMENTO CON POMPILLO, DE LA CAVA DEL PATRÓN
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